La fundación inicia sus labores enseñando a bordar a consumidores de drogas duras dos noches por semana, sin falta, por dos años, creando una comunidad que aprendió a esperar ansiosamente los días del taller en medio de la penumbra de la calle, la noche y la droga.
Después de experimentar lo improbable, llegó la pandemia y decidió abrir la puerta a 31 drogadictos y vagabundos para vivir en la casa y refugiarse de la indiferencia social causada por el miedo a ser contagiado. Ya entonces los mas antiguos compañeros del colectivo de bordado se iban haciendo mas y mas expertos en su oficio y al día de hoy se les considera artesanos y todos viven bajo el techo que pagan con su salario dentro que reciben en el taller de confecciones, algunos estudian, y los menores de edad aún se encuentran viviendo en la casa con Diamantina.